El I Ching, como nos decía Richard Wilhelm, traductor y principal divulgador del Libro de las
Mutaciones en Occidente: "ocupa una
posición única entre los grandes libros del mundo; no solo por ser uno de los
más antiguos, sino porque representa una concepción del mundo que difiere
ampliamente de todos los otros sistemas de pensamiento de Oriente o de
cualquier otra parte del mundo. La razón es que no se basa ni en una doctrina religiosa,
una revelación divina, ni en leyes ni folklore, sino en la observación de la
naturaleza y la vida humana, de la interacción de las leyes universales y la
conducta individual, de la libre voluntad y el destino. Como libro sapiencial
es fuente de una irreversible sabiduría de la vida que consiste
fundamentalmente en lograr la armonía del individuo con el cambiante fluir de
las corrientes universales; en adaptarse (activa o pasivamente según el momento)
a los cambios, a las mutaciones del acontecer. Como libro oracular provee de un
instrumento para hallar esta armonía: una brújula infalible para una
orientación correcta. Entre ambos aspectos, no hay en el I Ching, escisión
alguna".
En sus orígenes, el I Ching fue un libro sin palabras. Una sucesión finita
de símbolos con infinitos significados. Gracias
a su total carácter simbólico, sus posibles interpretaciones, enfoques y
maneras de acercarse a él son múltiples e inacabables.
Así, puede interpretarse como una cosmogonía, como un sistema de lógica, o
de matemáticas o vete a saber que más, pero en última instancia como una
representación de la trama "evidente" del mundo y, más allá de ésta,
como un reflejo de su trama más secreta y oculta.
Para reafirmar lo aseverado anteriormente, puedo decir que nunca la
respuesta que nos da el I Ching a las cuestiones que le formulamos es baladí y
que siempre nos ofrece la oportunidad de elegir, o dicho de otro modo,
conociendo el viento dominante, nos da la libertad de hacer surf a favor o en
contra del mismo.
No hay pues determinismo alguno en el I Ching, sino una guía que, como una
brújula, nos indica donde está el Norte pero que siempre nos da libertad
absoluta para elegir el rumbo que nosotros queramos dar a nuestra vida utilizando
como principios básicos el ejercicio de nuestro libre albedrío y de nuestra obligación,
en tanto que seres humanos, de pensar por nosotros mismos.
Pero, la gran pregunta es:
¿cómo puede ser posible que un método tan aleatorio en su obtención de una
respuesta como el I Ching funcione con tanta certeza?.
Para aproximarnos a definir una respuesta (una entre muchas posibles) a
esta cuestión fundamental creo que debemos confrontar dos grandes modelos de
concebir el mundo: el modelo que denominaremos modelo de Pensamiento Causal frente al que definiremos
como Pensamiento Sincrónico o
Coordinativo.
El Modelo de Pensamiento Causal, podemos establecer un cálculo
probabilístico y lógico de los efectos de nuestras acciones, dado que el
resultado se rige siempre por la ley de la probabilidad y por extensión de la
causa-efecto.
Esta visión nos lleva a considerar el funcionamiento del Universo como un bloque
compacto" en el cual todo lo que tiene y tendrá lugar sigue un modelo
lineal causal.
Es decir, que si hacemos o decimos algo a alguien, podremos rastrear
estadística y lógicamente, una serie de consecuencias inevitables y probables
de esa acción y de sus efectos o resultados, de tal modo que la visión del Universo
que de este paradigma se deriva es como la de un reloj en el cual puedes prever
con total certeza las horas que están por venir.
Como alternativa a esta forma de pensamiento, podemos confrontarle el
modelo de Pensamiento Sincrónico o
Coordinativo, enunciado y desarrollado por Carl Gustav Jung y que en esencia entiende que todos
los acontecimientos, situaciones y cambios suceden simultáneamente y que, por
tanto, cada uno de nosotros estamos conectados indisolublemente con el universo
en todos los aspectos.
De este modo, si conseguimos hacernos conscientes de
esta conexión, podremos prever lo que va a pasar y conocer el camino correcto
de los infinitos futuros que existen simultáneamente.
Y es precisamente este modelo de pensamiento, el que subyace en la esencia del
sistema sapiencial y adivinatorio del I Ching.
En el pensamiento coordinativo, los conceptos no se subsumen unos bajo los
otros, sino que se disponen los unos junto a los otros, conformando una
estructura lo la que los sucesos no se influyen entre sí por actos mecánicos,
sino por una especie de relación que hace que las cosas se comporten de cierta
manera no necesariamente por causas anteriores, sino porque la posición que
ocupan en el universo cíclico y en permanente transformación, las obliga a un
determinado comportamiento y no a otro, de tal forma que si no actuaran así,
perderían sus posiciones relativas en el conjunto y se convertirían en una otra
cosa.
De esta manera la naturaleza de un suceso depende esencialmente, de su
posición en la estructura, y si cada cual sigue su tendencia natural, cada
terminará armonizando con todas las demás no por razón de una norma impuesta y
ajena a sí misma, sino por su mutua resonancia e interdependencia.
De ello se desprende que toda interferencia en el orden del Tao acaba por
poner en peligro la armonía del Universo.
Como nos dice el Tao Te King:
"Quien intenta dar forma al mundo y modelar a su capricho,
difícilmente lo conseguirá porque el mundo es un Vaso Espiritual que no se
puede manipular. Quien hace una cosa o la otra lo daña. Quien lo retiene, lo
pierde "(1,29).
Esta visión, nos lleva a reformular en unos nuevos términos la ley de
causa y efecto, concepción basada en una relación de subordinación secuencial
predeterminada que no es otra cosa que una manera imperfecta de relacionar las
diferentes etapas de un evento a efectos puramente de una más adecuada descripción
del mismo.
Unida al concepto del pensamiento coordinativo, debemos considerar el
concepto de las coincidencias significativas, término
acuñado por Jung.
Esta concepción se encuentra perfectamente imbricada en la filosofía
china, admitiendo que considera que el sabio puede ejercer una influencia actiuva sin actuar, tan
sólo por su pura existencia.
El principio de analogía parte del supuesto de que existe siempre una
cierta correspondencia (que no identidad) entre las leyes y los fenómenos de
los diferentes estados de la existencia, definiendo una correspondencia clara entre
el microcosmos y el macrocosmos.
Todo lo que es el Universo emanó de la misma fuente y sigue, por tanto,
unas mismas leyes, principios y características, no siendo las diferencias que
se observan entre las infinitas manifestaciones del poder creador del Todo, más
que diferentes grados en la escala evolutiva hacia el Origen.
Así, para conocer la circulación de la vida universal, basta fijarse en la
de la vida en el hombre. De este modo, los Tres Grandes Planos que presenta la composición del
Universo manifestado (mental, astral y físico), solo son, en sus múltiples
subdivisiones, diferentes grados de intensidad vibratoria dentro de la
misma escala que tienen
su existencia dentro de la Mente Infinita.
El I Ching responde a nuestras cuestiones de una manera que si no
tuviéramos en cuenta el principio de las coincidencias significativas podría
parecer un milagro, pero no lo es. Al contrario: solo es Física.
Sin embargo, la sorprendente "adecuación" de los símbolos, los
signos y los comentarios a nuestra situación concreta no es sino un signo que
constata la existencia de una ley universal, omnipresente y misteriosa que
escapa a nuestra comprensión pero que funciona de manera totalmente necesaria e
inevitable.